Cada día , a las 10 h, entraba el sol por la ventana. El momento justo de mi pequeño secreto. Nadie lo sospechaba.El ceño fruncido.
Enfado y Decepción.
"Usted debiera ser el alumno aventajado de la clase. ¿No le da vergüenza?"
Miré al profesor. Su dedo señalaba mi lugar de castigo, el rincón.
La inmediata tensión produjo un silencio total, que se desvanecía a mi paso. La clase comenzó a respirar. Un leve murmullo empezaba a oirse. La mirada del maestro fija en mi me seguía hasta que me encaré en la intersección de esas dos paredes. Tras unos segundos, la clase se reanudó.
En ese pequeño olvido, una incipiente paz nacía en mi. Lejos de mis compañeros. Lejos de muchas cosas que no me interesaban. Apenas unos metros, pero kilómetros para mi corazón. Más que nunca, en aquel momento yo disfrutaba de su indiferencia.
Yo conocía bien aquel rincón. Cada grieta. Cada mancha. A la derecha, el marco de la pizarra. A la izquierda, la ventana abierta donde se escapaba mi vista hacia el patio de juegos, la valla, la carretera, alguna casa...
... y la visión del refeljo de la ventana. Mi pequeño secreto. Ella.
El alumno.

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